El pasado mes de junio, José Luis Ayllón (portavoz adjunto de la vicepresidenta del Gobierno) afirmó que los cambios en el Ejecutivo que preparaba Rajoy no se limitarían a ser “cosméticos”. En concreto, pronunció la siguiente frase: “No creo que una remodelación cosmética sea una remodelación” Días después la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética (Stanpa) le escribía una carta al portavoz parlamentario del Partido Popular, Rafael Hernando, quejándose del uso “frívolo” del término “cosmética”. En la misiva, Stanpa dice literalmente “hemos seguido con cierta incomodidad el uso de este lenguaje, que relaciona a la cosmética con algo carente de valor” y “se relaciona de manera inmediata la cosmética con algo frívolo, fútil o efímero”.

Sirva la anécdota para ilustrar el sentido final de esta primera entrada de la web que estrenamos. Y es que resulta inevitable sentir cierto rechazo al término ‘cosmética’ por su asociación con algo superficial, insustancial, banal, etc. Y no mejora mucho si cambiamos la terminología por ‘Productos de higiene personal’. Vamos, que no hay manera de entrar en este tema sin vernos condicionados por unos prejuicios construidos con tesón por una industria y modelos cultural, social y de género que han conseguido relacionar la cosmética con un concepto superficial y mercantilizado de belleza femenina. Pero tod@s usamos como mínimo varios cosméticos, varias veces al día. Al ducharnos es probable que usemos un champú, un gel de cuerpo y, quizás, un acondicionador. Al lavarnos las manos y la cara, un jabón en forma de pastilla o gel. Al limpiarnos los dientes, una pasta o gel dentífrico. Desodorante, crema hidratante de cara o cuerpo y un labial también podrían estar fácilmente en esa lista de productos habitualmente usados. Por lo tanto, no está justificado recurrir al imaginario del maquillaje, las cremas antiarrugas, los exfoliantes, etc. para concluir que lo relacionado con la cosmética nos resulta ajeno. No. Indistintamente de nuestro género, edad y poder adquisitivo, la usamos cada día.

No recuerdo exactamente cuando comencé a leer los ingredientes de cuanto producto cosmético estuviese a mi alcance. Quizás en una temprana adolescencia. El hecho es que durante muchos años me dediqué, en cada visita a un baño, a la fascinante lectura de los ingredientes de cremas, champús, geles de baño, pastas de dientes, maquillajes, etc. El primer interés venía por los (escasos) nombres en latín que aparecían si el producto contenía algún ingrediente de origen vegetal. Se convirtió en un juego buscar de que planta se trataba e ir poco a poco elaborando un herbario mental con los nombres en latín. Una segunda fase menos agradable fue comenzar a indagar en la larga lista de ingredientes restantes del producto, casi todos (menos el agua) de carácter sintético, difícilmente pronunciables y sin la belleza y encanto de los nombres en latín. Ahí la cosa empezó a complicarse. Descubrí que las fórmulas de los cosméticos de supermercado, pero también los de farmacia y muchas marcas de lujo, eran bastantes similares entre si y se repetía el uso de ingredientes dudosos desde el punto de vista de la salud.

Incluso entre las personas más concienciadas sobre salud y ecología, resulta habitual una indiferencia respecto a los productos que usan sobre su cuerpo. Como si estableciesen una barrera entre lo que entra y lo que no (aparentemente). Para otras, el criterio de elección de un cosmético es su aroma, textura o aspecto. Pues bien, mientras que en los alimentos, los estudios más dramáticos en lo referido a residuos de agrotóxicos muestran residuos traza por valor de miligramos (aunque recordemos que en muchas ocasiones el veneno no lo hace la dosis sino la acumulación), en un champú, por ejemplo, un ingrediente a evitar como los sulfatos puede llegar a encontrarse en una concentración del 40% e ir acompañado de espesantes, conservantes y perfumes en muchas ocasiones tóxicos. Por cierto, al amparo del “secreto comercial”, los fabricantes no tienen obligación de especificar la fórmula del perfume, que puede contener hasta 100 ingredientes químicos sintéticos.

Recuerdo como, hace unos años, en una entrevista en el programa de Buenafuente, el naturópata y presentador televisivo Txumari Alfaro contaba que su abuela no se ponía nada sobre la piel que no se pudiese comer. De una manera igualmente sencilla, el biólogo danés Henrik Leffers pone un ejemplo en el documental ‘Hombres en peligro de extinción’ (que enlazamos más abajo): si te pones una gota de loción en la piel y pones igualmente una gota sobre una mesa, verás cómo al rato en tu piel se ha absorbido y sobre la mesa continua igual. Valgan estas dos anécdotas para ilustrar lo evidente: nuestra piel come. Y a veces come más deprisa que nuestro sistema digestivo. Algunos componentes de una crema pueden encontrarse en el torrente sanguíneo a los 20 minutos de su aplicación. Obviamente, no todos los cosméticos y sustancias tienen la misma capacidad de penetración; algunos son simplemente absorbidos por las capas superficiales de la dermis. Pero dependiendo de la vehiculización de los mismos, de su poder penetrante y del uso de tecnologías como las nano partículas, pueden llegar a la sangre y, desde ahí, afectar a distintos órganos del cuerpo. Podemos escoger no comernos nuestros cosméticos, pero la piel se los comerá por nosotros.

Un cosmético no solo nos afecta cuando lo aplicamos a nuestro cuerpo. Cabe preguntarse qué residuos se generan (y a donde van a parar) durante su fabricación; ¿son iguales los residuos y subproductos generados en la fabricación de un cosmético convencional industrial y uno ecológico? También debemos tener en cuenta que los que usamos, por ejemplo, para ducharnos, después se van por el desagüe; ¿cómo afectan al entorno, a distintas especies animales, los cosméticos que vertimos al medio ambiente? Y muchas más preguntas: ¿Contienen transgénicos los cosméticos? ¿Son malos los transgénicos? ¿Qué diferencias hay entre ‘natural’ y ‘ecológico’? ¿Cómo se certifica un producto ecológico? ¿Qué empresas poseen las marcas más importantes? ¿Dónde puedo comprar cosméticos ecológicos? ¿Qué propiedades tienen algunas plantas? ¿Cuáles son los ingredientes a evitar y por qué? Si tan malos son algunos champús, ¿por qué me dejan tan bien (de apariencia) el pelo? ¿Cuáles son las causas del aumento de las alergias? ¿Existe una feminización (por el mayor uso de productos cosméticos) de las consecuencias para la salud de estos productos? ¿Sufren las peluqueras una incidencia del cáncer superior al resto de la población? A todas estas y muchas más cuestiones vamos a tratar de dar respuesta con rigor, de manera documentada pero accesible, en esta web.

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